viernes, 22 de enero de 2016

Entre dos mundos: El renacer de los Van Guiret


Capítulo 7: Solo es una amiga.

                Me dolían los ojos, no había parado de llorar en toda la noche. Ni siquiera sabía cómo demonios había conseguido llegar a mi cama. Recordaba que alguien me hubiese levantado y cargado, pero no quién. ¿Qué hora sería? Sinceramente me daba igual. Estaba amaneciendo. Me levantaría ya, en la cama no iba a hacer nada. Por más que lo había intentado, no había conseguido dormir nada. En fin. De mala gana me levanté. Me dirigí al vestidor, me era insignificante que vestido ponerme. Cogí el primero que agarré, era rosa pálido, qué color tan triste, parecía que reflejase mis sentimientos de esa misma mañana. Llevaba los hombros al aire y media espalda. Era el primer vestido que me ponía que fuese tan incómodo, pues llevaba un estrecho corpiño, que comprimía mi cintura para así remarcar las curvas. No me importaba, no estaba de humor como para ponerme a buscar ropa, me lo puse rápidamente y me senté en el tocador.
Intenté no levantar la vista, no quería verme, pero no tuve otra opción. Poco a poco, la fui levantando, hasta que me vi totalmente reflejada en el espejo. Oh Dios mío, las ojeras estaban muy marcadas y profundizadas, casi me llegaban hasta el pómulo; mis hermosas mejillas rosadas, a las que normalmente detestaba, se habían convertido en un blanco agrisado, esta vez las echaba de menos; y mis ojos… mis ojos, decir que estaban inflamados era poco, no sabía qué hacer, verme en este estado tan penoso hizo que me sintiese peor de lo que estaba. Por primera vez, abrí el cajón del tocador y cogí el maquillaje, no podía permitir que Zero me viese así, no quería que pensase que estaba sufriendo por su culpa, tenía que permanecer fuerte, no me iba a dejar vencer por él. Me recogí la parte delantera del pelo con una cinta, así el cabello no me taparía la cara y el sol podría darme vida. Apliqué lo que sería base y corrector de imperfecciones por la cara. Lo difuminé lo mejor posible. El resultado fue aceptable. No era mi tono normal de piel, pero al menos no parecía una muerta. Estaba lista para salir de allí.
 Comencé a pasearme por el palacio, debía de ser muy temprano, pues nadie se había levantado todavía. No sé por qué pero a mi mente le vino un refrán muy común: al que madruga, Dios le ayuda; esperaba que fuese así. Después de ayer, no creía que hubiese un día peor, aunque no sabía lo equivocada que estaba en ese momento. Como no sabía qué hacer, aparte de vagabundear por las habitaciones del palacio, me propuse bajar al establo a ver a mi gran amigo Vostok, seguro que él me tranquilizaba. Andaba deprisa, quería llegar cuanto antes, o mejor dicho no quería encontrarme con nadie y mucho menos hablar; sin embargo, me detuve en seco al ver que alguien estaba acariciándolo. ¿Quién era? ¿Cómo se atrevía a tocar a mi Vostok?
- Disculpa, ¿quién eres y qué haces tocando a Vostok?
Se giró. No me lo podía creer, era la mujer más hermosa que había visto, casi me atrevería a decir más que Clíope. No. No es que fuera más guapa que ella, sino que era más madura, era una verdadera mujer. Tenía el pelo de un color muy extraño, a simple vista parecía negro, pero no, era lila, un lila precioso que brillaba con el sol, que empezaba con una pequeña trenza que se iba deshaciendo suavemente hasta media espalda. La piel, como el resto de los habitantes de Casia era blanca; sin embargo, ella era más que pálida. Sus ojos, al igual que su pelo, eran extravagantes, pero hermosísimo, una mezcla entre gris y azul describía su mirada, la cual reflejaba firmeza y dureza, pero al mismo tiempo bondad y calidez. Vestía semejante a Zero, nunca había visto a una mujer que llevase pantalones, pero ella los llevaba y le quedaban muy bien, eran bombachos y marrones claros, en los pies calzaba unas botas negras con un poco de tacón, y en la parte superior una camisa blanca con un chaleco negro. Tenía un cuerpo asombroso con las curvas ideales, las cuales yo no tenía, era alta muy alta y esbelta. Empecé a sentirme intimidada por ella, era demasiado hermosa, noté una sensación extraña dentro de mí, efectivamente le tenía envidia.
- Perdona no era mi intención asustarte, eso solo que lo echaba mucho de menos. Por cierto soy Arquimera y antes pertenecía a los guardianes de la majestad. ¿Y tú?
- Siento mi descortesía, mi nombre es Sora, princesa y futura reina de Casia.
- Encanta de conocerla, mi señora. – dijo sorprendida- Disculpe mi atrevimiento, ¿pero qué hace una princesa como usted en un establo?
- Pues verás, ayer discutí con Zero y quería relajarme pasando el tiempo con Vostok.
- Jajaja, ¿ya está Zero haciendo de las suyas, eh? No le haga caso de lo que le diga, muchas veces lo dice solo por fastidiar y otras sin sentido. – dijo mientras se reía.
- ¿Es que acaso conoces a Zero?
- Sí, lo conozco desde que somos unos críos. Es más, he venido desde muy lejos solo para volverlo a ver, lo echaba mucho de menos.
Me quedé paralizada, no sabía cómo reaccionar ante las palabras que acaba de escuchar. Así que ella y Zero se conocían desde siempre, no me extraña que a Zero no le importase yo, si ya la tenía a ella. Jamás conseguiría igualarme a semejante persona, además ella había estado con él en todo momento y yo no. ¿Pudiese ser que estuviese yo celosa?
- ¿Princesa, estáis bien? La noto un poco pálida.
- Sí, estoy perfectamente – conteste algo ruda- ¿Cómo conociste a Zero y te hiciste su amiga?
- Pues verá, tanto él como yo somos guardianes, así que fuimos juntos a la academia Quilok, ahí fue dónde lo conocí, pero no me hice su amiga hasta más adelante. La primera vez que hablé con él, tendríamos 7 años. Yo siempre lo observaba, me parecía un muchacho misterioso que ocultaba algún secreto, pero lo que más me gustaba de él era verlo sonreír, era tan cálido. Sin embargo, poco después de que aparecieran unos seres horrorosos en Casia dejó de sonreír y comenzó a distanciarse de todos, siempre tenía la mirada perdida y triste. Fue entonces cuando decidí acercarme a él e intentar sacarle una sonrisa. Poco a poco, con el tiempo nos hicimos muy amigos y de vez en cuando volvía a sonreír como antaño, pero nunca volvió a ser como el de antes. Cuando nuestros padres murieron en una expedición fue cuando más nos unimos, nos apoyábamos mutuamente, nos entendíamos, ambos estábamos pasando el mismo calvario, y justo cuando parecía que las cosas iban mejorando, nos informaron que debía de marcharme del reino y hacer de guardián en los dominios cercanos de los trolls, pues sin nadie que gobernase, se estaban rebelando y había que mantenerlos a raya. Así pues, cuando cumplí 16 años me marché y hoy por fin he vuelto. Recuerdo que la despedida fue un lago de lágrimas, pero ambos nos prometimos volver a vernos y hoy voy a cumplir esa promesa.
- No sabía que Zero y bueno tú, lo hubierais pasado tan mal – dije mientras agachaba la cabeza.
- ¿Y nunca te contó por qué estaba siempre tan triste?
- No, siempre que sacaba el tema, me daba esquivas, como si recordar lo que le hubiera pasado le doliese cada día más. Lo único que me dijo fue: “No volveré a fallar. La próxima vez lo haré bien, protegeré lo que más quiero”. Y nunca más volvió a pronunciar una palabra sobre el tema. Podrías decirme…
No me dio tiempo a terminar la oración, pues una voz desde lo lejos me interrumpió.
- ¿Arqui? ¿Realmente eres tú? – gritó mientras se acercaba a nosotras.
Comenzó a correr y se fundió en un cálido y largo abrazo con Arquimera. Sus rostros reflejaban absoluta felicidad. Se notaba que se querían un montón y que habían pasado demasiado tiempo distanciados. Y como si yo no estuviese aquí, comenzaron a hablar.
- Zero, te echado tanto de menos. Estás guapísimo. No has cambiado en nada.
- Gracias, tú, sin embargo, sí has cambiado. Veo que te has convertido en toda una mujer, ¿pero qué haces aquí? Me dijo Xana que te había visto llegar bien temprano y rápidamente vine hasta aquí.
- No digas tonterías, Zero. He venido a cumplir nuestra promesa, y tú que, ¿conseguiste cumplir la tuya? ¿Qué te parece si damos un paseo?
- Esto…eh…espero que finalmente la pueda cumplir. – dijo mientras me miraba de reojo - Claro, vamos, tenemos mucho de lo que hablar.
                Me habían dejado sola, tirada como una colilla. Y el muy idiota de Zero no había quitado la mirada de la tal Arqui ni un segundo, ni si quiera se había parado, como de costumbre, a meterse conmigo, ni un hola, nada. Oh, Dios, se les veía tan bien juntos, hacían tan buena pareja, ella sí que era una mujer, alta, guapa y con curvas, y no como yo, bajita, del montón y cuyas curvas aún se estaban formando o eso me gustaba pensar. Necesitaba despejarme, olvidarme de la obviedad que acababa de ver. Así que cogí a Vostok, intenté sentarme en su lomo, pero era realmente complicado. Estaba claro que ese no iba a ser un buen día. Después de miles de intentos, conseguí montarme en él. Cabalgamos por toda la aldea, hasta que nos adentramos en el bosque. Necesitaba huir, correr, olvidarme de todo y de todos… Así que ordené a Vostok que fuese más rápido, y más rápido.
De lo rápido que íbamos, no me percaté que pasamos de estar en la zona más iluminada del bosque, a la más oscura y tenebrosa. El día anterior, Clíope me contó, que en esa parte se escondían seres monstruosos, a los cuales era imposible vencer, si no llevabas las armas correctas, como la lanza Gungnir o joyas, las cuales volvían locos a estos monstruos. Diría que había estado cabalgando simplemente unas horas, pero el cielo comenzaba a tornarse oscuro. Era indicio de que debía volver. Pronto anochecería y sería muy complicado llegar a palacio. De la nada una enorme rama se cruzó en nuestro camino. Me golpeó fuertemente el pecho y el abdomen. Me caí violentamente hacia el suelo. Me dolía todo el cuerpo, en especial el pecho, me dolía mucho, no podía moverme.
 -¡Socorro! – Qué estúpida era, nadie acudiría a mis gritos de auxilio – Vostok, ve a palacio y guíales hasta aquí, toma mi cinta, así sabrán que se trata de mí. – Le puse mi cinta en el cuerno, y salió corriendo. – confío en ti
                Empezaba a anochecer, hacía frío, y el bosque cada vez se iba haciendo más tenebroso. Yo estaba muy cansada, el impacto contra el suelo junto al de la rama me había dejado sin fuerzas. No me atrevía a mirar mi cuerpo. Tenía miedo de verme herida y atacarme a causa de mi estado. La cosa empeoraba porque tenía sueño, mucho sueño. Sabía que no debía dormirme en ese lugar, pero el sueño parecía ganar. Decidí entornar un poco los ojos, no dormir solo descansar. Y a lo lejos me pareció escuchar que aclamaban mi nombre. Estaba claro. Morfeo había ganado.
 - ¡Sora!, eh chicos es Sora. – Era la voz de Ent, no estaba loca.
                ¿Ent? ¿Qué demonios hacía aquí? Era peligroso que caminase por este lugar el solo. Yo la más indicada teniendo este pensamiento recriminatorio.
 - ¿Cómo puedes llegar a ser tan estúpida e insensata? – Mientras decía estas palabras, un chico me cargaba en sus hombros.
                Zero, era Zero, había venido a por mí. Entreabrí los ojos, lo miré. Él me miró a mí, parecía cabreado, pero en ese instante me daba igual, la sensación de estar entre sus brazos era estupenda, me arrebujé entre su cuerpo y él posó su cabeza sobre la mía.
 - ¿Está bien? ¿Tiene alguna herida? – Decía una voz femenina.
                ¡Oh, por Dios y por la Virgen! ¿Qué hacía la tal Arqui aquí? ¿Se había propuesto amargarme la existencia? La ignoré, y seguí disfrutando de los brazos de Zero. Durante el trayecto a palacio, me quedé dormida definitivamente. Solo me desperté cuando me arrancaron de los brazos del insoportable pero adorable Zero, para dejarme en la cama. Alguien, me susurró al oído: “Te deseo buenas noches. Por cierto no te acostumbres a que te cargue hasta tu cama, ya van dos veces.”
Y me besó en la frente.

Sonreí.

lunes, 14 de septiembre de 2015

Entre dos mundos: el renacer de los Van Guiret

Capítulo 6: Mi reino

Otra día más pasaba en aquel asombroso lugar. ¿Cuántos iban ya? Había perdido la cuenta. Me levante y en lugar de como la costumbre que había adquirido de ir siempre primero ir al vestidor a sorprenderme con los inimaginables vestidos, salí al balcón y contemplé el paisaje. Todo aquello era mío. Era mi reino. Aun no me lo creía. Me encontré a mí misma con cara de estúpida vislumbrando aquello que era mío. Era tan enorme que desde mi ubicación era imposible observar los límites y solo veía cómo estos se difuminaban. Sin embargo, no conocía nada de este mundo. ¿Qué habría más allá de mis fronteras? ¿Cómo serían los habitantes de Casia? ¡Ni siquiera había visitado el pueblo! ¿Qué clase de princesa era? Debía al menos conocer lo básico de este lugar, conocer su cultura, leyendas, fiestas, costumbres…Por un momento me sentí mal…En estos días solo había estado pendiente de mí, de mi familia, de Zero y no había dedicado ni un momento a disfrutar de este increíble mundo que me pertenecía, ni me había molestado en aprender de él.
Lo decidí. Iría a ver hoy mi reino. Como hoy iba a bajar al pueblo e iba a ser expuesta a mis gentes tenía que ir más elegante que de costumbre. Debía dar buena imagen a mis pueblerinos. Suponía que iba ser el centro de atención, después de todo yo era la reina que estaban esperando, aunque aún me costaba llamarme a mí misma soberana. Dejé los pensamientos sobre mi condición real y me centré en la vestimenta que había de portar para este momento. Me dirigí al vestidor. Comencé a buscar entre los vestidos, pero todos me parecieron muy “simples”. Y con “simples” me refiero a que ninguno me llamó la atención, porque todos eran maravillosos, pero necesitaba uno que fuera el elegido, el adecuado. Debía estar a la altura de la situación. Estaba sumergida en mis preocupaciones de muda cuando de repente apareció Xana. Ni siquiera me percaté de su presencia. O había entrado muy silenciosa o yo estaba más distraída de lo normal. Lo segundo me pareció la opción más verdadera. Estaba recogiendo la bandeja de mi desayuno con cara preocupante.
- Mi señora, ¿qué pasa que no os tomáis el desayuno?
- Estoy buscando un vestido, quiero que sea espectacular. Hoy bajaré al pueblo a conocer a las gentes y me gustaría que me vieran con mis mejores galas.
- En ese caso, os recomiendo que le pidáis ayuda a Clíope, seguro que ella está dispuesta a hacerle de guía a vos. Póngase el vestido aquel, el verde que está en la esquina, era uno de los favoritos de su madre.
¿Cómo no me había percatado de aquella belleza? Mi madre hubo de tener un gusto exquisito. Era más corto que los demás, me llegaba un poco más arriba de los tobillos, lo que resultaba ser una ventaja, ya que sería más cómodo caminar con él. Llevaba una cinta blanca en el pecho que se deslizaba hasta mi vientre y se ataba formando una trenza. Era de media manga y muy estrecho en la parte superior y se iba ensanchado a los pies. Me puse una cinta en la cabeza color esmeralda y me dejé mi pelo caer, suelto. 
Salí de mi dormitorio y me dirigí hacía la entrada del palacio. Allí, jugando con las flores, encontré a Clíope. Era realmente hermosa. Tenía belleza natural. Llevaba un vestido color rosa palo, ceñido en el pecho y vaporoso de cadera hacia abajo. En los brazos llevaba las mangas transparentes de un rosa aún más apagado. Y el pelo lo llevaba suelto, tirado a un lado, fijado por una trenza lateral. A pesar de la sencillez de su aspecto, parecía toda una dama de una belleza y hermosura de renombre. No sería de extrañar que fuera un objetivo para muchos varones. Desvié mi vista hacia el lado. Junto a ella estaba Zero, hablando, se le veía feliz. Eso me gustó: verlo sonreír; sin embargo verlo con ella me hizo sentir insegura. Yo al lado de Clíope, parecía una niña, era normal que no se fijasen en mí. No debía sentirme ambiciosa respeto a Zero, apenas nos estábamos conociendo, aunque él parecía como si me conociese perfectamente y ambos nos sentíamos muy cómodos. En lo más profundo de mi ser, había algo que me indicaba que ya conocía a Zero, pero debía ser una simple sensación, nada más. Después de todo hacía poco más de una semana que nos habíamos encontrado por primera vez. Tanto Zero como Clíope se giraron al unísono y me recibieron con una cálida sonrisa. Me acerqué rápidamente hacia ellos.
- Xana me ha dicho que quieres ver el reino y conocer nuestras costumbres. Bien, pues yo seré tu guía. – dijo Clíope muy alegremente- Nos lo pasaremos genial.
- Así que por eso te has puesto tan guapa, ¿no? Pero ya sabes lo que dicen: aunque la mona se vista de seda, mona se queda.- intervino Zero riéndose a carcajadas.
- Serás…en fin- sonreí hacía él y centré mi atención en Clíope- ¿Nos vamos Clíope?
Comenzamos a bajar la ladera, que hacía ya varios días había subido por primera vez. Esta vez sí se oían las voces de los habitantes de la ciudad. Nos adentramos en el bosque, ahora sí podía fijarme en todo cuan me rodeaba, me quedé asombrada ante tal increíble belleza, tanto que no me percaté de los pequeños seres que estaban rodeándonos, volando alrededor de nuestras cabezas.
- Son hadas – comenzó a explicarme Clíope – pero no son como se las describe en el mundo donde has estado viviendo. En tu mundo son mujeres hermosas y buenas que poseen poderes sobrenaturales y velan por la naturaleza que las rodea, protegiendo sus hábitats. Pues realmente no lo son, puede que sí que sean hermosas y que les guste cuidar la madre naturaleza, sin embargo son unos seres muy peligrosos, a los que hay que tratar con cautela. Son una mezcla de un misterioso encanto, de cautivadora belleza, pero al mismo tiempo de una enorme fealdad, insensibilidad y superficialidad. Al igual que su mundo, nadie que haya intentado encontrarlo, ha regresado con vida, pues son muy rencorosas y maliciosas, no hay nada más que las enoje, que los humanos las espíen y se muevan por sus dominios, como turistas. Te aconsejo que tengas cuidado de no provocarlas.
Oh Dios mío, había vivido engañada todo este tiempo, debía de tener cuidado de ahora en adelante. Decidí tomar nota de todo cuanto Clíope me contase y posteriormente ilustar con dibujos a modo de cuaderno y recuerdos que siempre conservaría. Seguimos bajando alegremente, y Clíope me iba contando un montón de cosas del bosque, hasta que oí el sonido de un arroyo y nos desviamos del camino. Empecé a correr como loca, no entendía por qué mis piernas no respondían a mis deseos, no podía parar, era como si me estuviesen llamando. Llegué a un valle, donde la hierba no era verde, sino azul oscuro y del río brotaban esferas brillantes. Vi salir del agua a un ser hermosísimo, era una mujer que iba semidesnuda, tapándose prácticamente su cuerpo con su largo y sedoso cabello. La miré a los ojos. Justo cuando iba a comenzar a caminar, alguien me paró.
- ¡Sora, cuidado! Son ninfas, no te acerques a ellas. Las ninfas son seres muy inteligentes y astutos, si creen que eres un enemigo, no dudarán en engañarte, tienes que ganarte su confianza. 
- ¿Qué me ha pasado? ¿Por qué mi cuerpo no me respondía? – dije aun temblando.
- Habías sido hipnotizada por su canto angelical. Cuando se ven en peligro atraen a sus enemigos para que se acerquen a ellas, y así las vean completamente desnudas. Si alguien las ve así morirá en el acto o en el caso de una mujer que no la desee ver, quedará ciega. Normalmente no suelen hacer eso, ya que son seres pacíficos, que se encargan de cuidar a los animales y a la naturaleza; sin embargo, tu olor las habrá asustado, eres un ser casi desconocido para ellas. Has de entenderlas, muchas veces han sido ellas las seducidas con música sátira para poder ser capturadas. No te preocupes, no creo que te hagan nada, en todo caso intentarán huir ellas de ti, convirtiéndose en algún elemento natural o abriendo un portal a otra dimensión.
- Gracias por la información. Por cierto, me dijo Zero que también había trolls, ¿pero no se suponen que son malignos?
- No lo son, del todo – dijo mientras empezaba a caminar hacia el pueblo.- Es cierto que pueden ser un poco rencorosos, pero lo único que hacen es intentar sobrevivir. En su tierra nunca hay sol, ya que solo un simple rayo los petrificaría, así que en sus tierras no crece alimento alguno con el cual puedan alimentarse, por lo que se ven, prácticamente, obligados a salir de noche e ir al pueblo a robar a los ciudadanos algo de comida, pero no lo hacen con mala intención solo por sobrevivir. Pero tranquila, no creo que veas alguno nunca. Ya hemos llegado.
El pueblo era enorme y precioso. Las casas, que eran setas, parecían que fueran de algodón y que el viento se las pudiese llevar. Clíope me garantizó que me enseñaría su casa de cerca, además de otros edificios de gran relevancia del reino. Me percaté de que todos eran blancos de piel y tenían un aspecto frágil, semejantes a Clíope. Me quedé mirándolos fijamente, tenían las orejas puntiagudas, sin embargo Zero no era así. 
- Somos elfos, por eso habrás notado que todos somos parecidos, respecto al tono de piel y las orejas. Hay dos tipos de elfo, los blancos, nosotros y los oscuros…que ya no existen. 
- Entonces Zero, ¿qué es?
- Pregúntaselo a él – dijo lanzándome una mirada picaresca.
Nos paseamos por el pueblo durante unas horas, descubrí un nuevo mundo, nunca hubiera imaginado que mi reino fuese tan encantador. La gente era muy amable y cordial. Todo el mundo estaba dispuesto a servir una mano para ayudar y andaban sonriendo cálidamente. Se sentía bien pasear por las calles del pueblo. No me extrañaba que nunca hubiese guerras. Realmente mis padres, no, no solo ellos, sino toda mi familia, la familia Van Guiret había hecho un trabajo maravilloso, y yo tenía que conseguir que siguiese así hasta la próxima generación.  Para mi sorpresa los ciudadanos no se habían percatado de mi presencia. Seguramente sería a causa de mi escasa estancia en Casia, además de que no me habían presentado al pueblo oficialmente como futura reina aun. Así que en ese instante me sentí una imbécil al haber dedicado tiempo de más en mi vestimenta y cabello que en aprender de mis gentes.
Clíope tuvo que notar mi cansancio porque me dijo de ir a su casa a descansar, lo cual me pareció una gran idea. Quería ver cómo se estructuraban las casas por dentro y sobre todo sentarme y descansar las piernas, las cuales me ardían del dolor. No recuerdo haber andado tanto como ese día, en el que recorrí, junto con Clíope casi todo mi reino. Llegamos en poco tiempo a su casa, era una de las que había visto anteriormente, estaba ansiosa por entrar. Clíope abrió la puerta y nos adentramos. Era una casa rústica, con los muebles de madera y color caoba, parecía muy antigua. Las ventanas eran de plata blanca y se notaba que estaban talladas a mano. Las paredes eran de color azul celeste que contrastaban con el verde del suelo, parecía un bosque en miniatura. Me llevó a la cocina, en ella había una enorme chimenea, que estaba cubierta de mármol blanco, y a pesar de la ceniza seguía brillando. Nos sentamos cerca de ella y comenzamos a hablar.
- ¿Qué te pasa, que no paras de tocarte el cuello? – me preguntó.
- Pues que antes siempre llevaba mi collar con una moneda, pero el estúpido de Zero la utilizó para librarnos de Quimera. – contesté resoplando.
- ¿Sabes? Aquí, cuando un hombre quiere demostrarle su afecto a su mujer amada, le regala una moneda hecha a mano en la mina Korreds, pues con ello muestran que quieren que su vida esté llena de fortuna y pueda disfrutar de ella. – al acabar soltó una risita que en ese momento no comprendí, pero que posteriormente haría.
- Oh que bonito, nunca había oído algo así. Cuéntame algunas cosas que se diferencien con mi mundo.
- Mmm déjame pensar…Otra gran diferencia entre Casia y tu mundo es la educación de los niños. En el tiempo de ocio, en tu mundo todo niño juega a las maquinitas esas, a las cuales, no te ofendas, no les veo ningún interés. Pues bien, aquí todos los niños desde los tres años les inculcamos el arte y la sabiduría; unos tocan instrumentos, otros pintan, y otros leen y escriben, en tu caso la pintura era tu mayor virtud y la mía tocar el piano.
- Ahora entiendo por qué siempre estaba pintando.
Tras decir esto, me quedé pensativa ante la afirmación que Clíope acababa de hacer involuntariamente: “en tu caso la pintura era tu mayor virtud” ¿Cómo era posible que lo supiese que nada más nacer, al poco tiempo, había sido enviada a la Tierra? De repente, cortando nuestra conversación y mis pensamientos, entró un hombre en la cocina. Mi atención se centró en él. Me quedé perpleja, iba sin camiseta, mostrando su hermoso y musculoso cuerpo. Era posible apreciar todos y cada uno de los músculos del torso. Estaba totalmente tonificado, pero sin tener ese aspecto hinchado que muchos habitantes de la Tierra se obsesionaban con tener y que yo, sinceramente, no sabía qué veían de atractivo en él. Vestía unos pantalones negros bastante desgastados de trabajar. Su piel era más blanca que la nieve y se podía observar que era suave, pues no tenía ni un solo rasguño en su cuerpo. Sus ojos eran como el mar, sentía que me bañaba en ellos, es más quería perderme en ellos y no salir nunca. Y su pelo era castaño cobrizo. Tanto él como yo nos quedamos mirándonos fijamente. Noté como me ardían las mejillas así que decidí apartar la vista de él. Sin embargo, el siguió mirándome y sonrió.
- Ent, ¿qué haces así? ¡¡Estás delante de la princesa, por favor!!
- Lo siento, vengo de cortar leña, ¿qué quieres que haga? No sabía que nuestra princesa iba a estar aquí. Discúlpeme, no era mi intención mostrarme ante vuestra merced en tal dichoso aspecto - dijo dirigiéndose a mí. 
- No pasa nada, Ent. Mi nombre es Sora, encantada de conocerte, pero ¿quién eres, su prometido?
- No, mi señora, es mi hermana pequeña, a la que por cierto madre está buscando como loca. Quiere que vayas a comprar los ingredientes para la cena, dice que ella llegará tarde.
- Pero tengo que acompañarla hasta el palacio…
- Tranquila, pequeña Clio, yo puedo llevar a nuestra señora hasta palacio, no me importa. Deme dos minutos para cambiarme y enseguida podréis marcharos.
Exactamente tardó dos minutos en cambiarse de ropa e inmediatamente emprendimos el camino hacia palacio. El paseo fue silencioso, tan solo intercambiamos pequeñas palabras, monosílabos, pero para mí fue suficiente, para darme cuenta de que era una persona increíble. Llegamos a la puerta principal y cuando me disponía a despedirme de él tropecé. Creí que me daría contra el suelo, pero Ent me cogió al instante y me sujetó con sus fuertes brazos. Nos quedamos mirándonos, realmente era guapísimo. Seguramente abrí los ojos de más y parecería una tonta. Entre los ojos y el color tomate que subía por todo mi cuerpo.  A eso le añadía que Zero estaba en el jardín y lo contempló todo con cara de pocos amigos.
- ¿Estáis bien, princesa? ¿Os habéis hecho daño?
- Eh…esto…sí…perfectamente – sonreí nerviosa.
Vi cómo Zero se acercó a nosotros y me cogió del brazo y me arrastró hacia él.
- Sora, no deberías juntarte con gente tan vulgar como él. – dijo con cara cabreada.
Zero empezó a andar con buen paso hacia el palacio.
- Lo siento mucho Ent, no quería que pasaras por esto, no sé qué ha podido ocurrirle. 
- No os disculpéis, no es de vos la culpa.
- Me ha encantado conocerte, espero que nos volvamos a ver pronto. Buenas noches. Y por cierto no hace falta que me habléis con respeto, estoy segura de que somos de la misma edad, así que me es raro que me trates con tanto honor.
- Lo mismo digo para vos. Ha sido un gran honor el estar con vos hoy, espero poder repetir la experiencia si vuestra merced me la concede algún día. Lo siento, me enseñaron que era la forma adecuada de hablar hacia una soberana, intentaré remediarlo.
Ent empezó a correr ladera abajo y yo entré deprisa al palacio para poder alcanzar a Zero.
- ¡Espera, Zero! ¿Por qué has hecho eso? No estábamos haciendo nada, me he tropezado y él me ha sujetado, nada más, de verdad.
- No tienes por qué darme explicaciones. Lo que hagas o dejes de hacer, no me importa, no es asunto mío, tampoco es que seas tan importante para mí. – dijo Zero mientras bajaba la cabeza.
Zero se dirigió a su cuarto y yo me quedé helada, inmóvil, en medio de la entrada real, así que eso era lo que sentía Zero… Empezó a faltarme el aire, no podía respirar, sentía un nudo en la garganta que no podía soportar. No entendía por qué me afectaba tanto. ¿Por qué? Era lo único que mi cabeza repetía ¿por qué me había tratado tan fríamente? No sabría decir cuánto tiempo pasé allí de pie, solo recuerdo que me quedé mirando al frente, mirando el lugar por dónde se había marchado Zero mientras mis lágrimas resbalaban por mis mejillas.




Pedimos disculpas por no haber subido el jueves el correspondiente capítulo, pero a causa de los estudios hemos decidido únicamente subir los lunes. 

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Rima LXI

Hoy me apetecía mostrar algo de poesía y para ello he seleccionado mi rima favorita de mi autor favorito: Gustavo Adolfo Bécquer. Espero que os guste. A mí, sinceramente, me parece un poema muy honesto y transparente, que muestra el miedo al olvido y la muerte. Sentimientos que todos en algún momento llegaremos a sentir...



Al ver mis horas de fiebre 

e insomnio lentas pasar, 
a la orilla de mi lecho, 
¿quién se sentará? 



Cuando la trémula mano 
tienda, próximo a expirar, 
buscando una mano amiga, 
¿quién la estrechará? 



Cuando la muerte vidríe 
de mis ojos el cristal, 
mis párpados aún abiertos, 
¿quién los cerrará? 



Cuando la campana suene 
(si suena en mi funeral) 
una oración, al oírla, 
¿quién murmurará? 



Cuando mis pálidos restos 
oprima la tierra ya, 
sobre la olvidada fosa, 
¿quién vendrá a llorar? 



¿Quién en fin, al otro día, 
cuando el sol vuelva a brillar, 
de que pasé por el mundo 
quién se acordará?



martes, 8 de septiembre de 2015

Entre dos mundos: El renacer de los Van Guiret es un libro que te hará sentir así:


O así
E incluso así
Pero nunca de este modo
Pues nosotras trabajamos duro todos los días tal que así

¡¡Os esperamos todos los lunes y jueves!! Y no olvidéis que todos los días subiremos pequeñas entradas relacionadas o no con el libro.

PD: SOLO DOS DÍAS PARA EMPEZAR LAS CLASES D':, ¿Estáis preparados?



lunes, 7 de septiembre de 2015

Entre dos mundos: el renacer de los Van Guiret

Capítulo 5: Recuerdos olvidados.

Acostada en mi blanda cama, con mis cojines de plumas y seda, estaba nerviosa, expectante por ver cómo se desarrollaría el día. ¡Hoy era mi quinto cumpleaños! Estaba muy ilusionada y esperaba con gran entusiasmo el momento en que Xana entrase por mi habitación y abriese las cortinas, “despertándome” para que comenzase un gran día. Escuché el sonido del pomo girándose. Me arrebujé entre las sábanas. Y las cortinas fueron abiertas.
-       Buenos días señorita. ¡Feliz cumpleaños!
-        Buenos días a ti también Xana, y ¡muchas gracias! ¿Te puedo hacer una pregunta?
-        Claro que sí, pregunte por esa boquita.
-       Mamá me dijo que al cumplir los cinco años, me habría convertido en toda una mujercita, ¿Tú me ves hecha una mujer?
Xana, sonrió. Me encantaba su forma de sonreír, se le formaban dos hoyuelos en las mejillas que la hacían ver muy hermosa y dulce. Me hacía despreocuparme de las cosas.
-       Oh, pues claro que sí. Habéis crecido por lo menos un palmo, de mayor lo más seguro es que seáis una mujer hermosa y alta.
Cómo me encantaba esa mujer. Me dio un largo y agradable baño, con agua caliente y burbujas y con mucha espuma. Terrible error. El baño acabó siendo lo que sería una batalla de espuma entre la princesa y su leal sirvienta. Luego me puso un precioso vestido color crema, y me hizo una trenza. Una vez arreglada, me fui a jugar con mi mejor amiga. Era muy especial y guapa. Su cabello era dorado y sus ojos celestes. Éramos muy buenas amigas y jugábamos a todas horas. Más tarde se unió mamá. Estuvimos toda la mañana jugando pero al medio día me arrancaron de mi vida de juegos y me tuvieron encerrada toda la tarde en mi habitación, pues decían que debía descansar para la noche, ya que vendrían personajes nobles de todos los lados del mundo.

A la puesta de sol, Xana volvió a entrar a mi cuarto para repetir todo lo que hizo esa misma mañana. Me bañó y vistió, pero este vestido era especial, muy especial. Era de color magenta oscuro, mostraba la mitad de mi pecho, pues el vestido mostraba mis hombros, aunque era de manga larga. Lo que hacía al vestido hermoso era su sencillez, pues simplemente llevaba un cinturón fino con un lazo detrás y unas costuras a los costados. Luego me peinó, me peinó mi cabellera ondulada y me puso una cinta con un pequeño lazo en el cuello. He de reconocer que estaba guapa. De repente de improviso, entró un niño bastante guapo con el pelo negro azabache. Éramos muy buenos amigos, y esperaba que en un futuro algo más.
- ¡Muchísimas felicidades, Sora! – Decía mientras me daba un abrazo – Te he traído un regalo.
- ¿Qué es? ¡Qué ilusión!
El pequeño regalo estaba envuelto con unos pétalos de los jardines de palacio. Lo abrí. En su interior había una moneda ligada a una cadena. ¿Una moneda? Que regalo más extraño…
- ¿Te gusta? Lo he hecho para que siempre te acuerdes de mí, y de nuestro mundo.
- Sí. Mucho. Muchas gracias. Pero tranquilo, nunca pienso olvidarme de este mundo y mucho menos de ti.
- ¿Quieres que te lo ponga? – Decía mientras se le sonrojaban las mejillas.
- ¡Sí, por favor! – Gritaba muy contenta, ¡tenía un regalo de Zero!
- Ya tienes 5. Ahora ya puedes jugar conmigo. - le saqué la lengua.
- Ja ja, qué gracioso, si tú solo tienes 7. - reímos

Zero se despidió, dijo que tenía que controlarlo todo, que tenía que protegerme. Unos minutos más tarde, Xana me puso mi máscara, pues mi fiesta de cumpleaños era de disfraces y salí junto a ella. Si el salón ya era precioso, con todas las decoraciones, mesas con deliciosos manjares, una gran orquesta y todas aquellas personas vestidas elegantemente, lo era mucho más. La decoración era estupenda, elegante y refinada, pero también con un gusto infantil, en honor a la homenajeada. Tenía ganas de gritar, bailar y reír; pero sabía que por mi status no debía hacerlo. Salí al jardín en busca de mis padres. Los vi a lo lejos y me acerqué. Los dos estaban preciosos con sus máscaras, la de papá era azul y la de mamá color salmón. No recuerdo con claridad sus vestimentas. Me dieron un gran abrazo, y después de eso, una enorme caja. Estaba deseosa por abrir el regalo de mis padres. Lo abrí, y en su interior había un unicornio, ¡un unicornio!
- Lo llamaré Vostok. – Dije con una sonrisa de oreja a oreja.
Pero pasé de la alegría a la angustia. Empezaron a salir de todas partes seres monstruosos. Aparecieron Idras, las cuales se parecían a un pulpo o un calamar porque sus nueve cuellos eran parecidos a los tentáculos; dragones, estos con una sola chispa de sus llamaradas podían incendiar un pueblo entero; elementales de tipo fuego y tierra, es decir, fuerzas que controlan el fuego y la tierra, y muchos más seres que no pude ver pues el dueño del colgante que llevaba en mi cuello, me llevó corriendo hasta un sitio oscuro y cerrado. No veía nada, pero si oía. Era espantoso, gritos de auxilio… rugidos de fieras…llantos…gritos de dolor y terror… Vostok… Xana… mamá y papá… 

Me desperté sobresaltada y sudada. Seguía en la cama de mi gran cuarto. Qué sueño más extraño. Y real. Decidí ir a la cocina a beber un poco de agua, el agua y caminar me iría bien, ese sueño me había desvelado. Cuando entré en la cocina me topé con Zero. Me avergoncé, pues iba con la camisola de hilo fino que me puse para dormir la primera noche aquí, pero sobre todo por él. No llevaba camiseta, iba más sexy que nunca.
 - ¿No puedes dormir?
 - No, tuve una pesadilla, ¿y tú? – Mientras hablaba, no pude evitar hacer una revisión de su cuerpo de arriba abajo.
- No. ¿Qué has soñado? ¿Por fin te mirabas al espejo y te asustabas?
- Eres un idiota. – Y con esas palabras me dirigí hacia fuera. Pero se levantó, me cogió de la muñeca y me paró.
- Espera. Lo siento. Vamos, cuéntame sobre que iba tu pesadilla.
No podía resistirme a esa cara, así que nos sentamos a la mesa, uno enfrente de otro. Se lo conté todo muy detalladamente. Mientras, él se iba poniendo tenso, o en algunas ocasiones sonreía.
- No te preocupes, los sueños, sueños son. Seguramente soñaste eso por la emoción de estar aquí, son demasiadas cosas nuevas en tu vida.
- Ya, pero este era muy real. Además ¿cómo explicas lo de mi colgante? No sé el porqué era tan importante para mí, pero ese día en el callejón cuando lo cogiste sentí que te llevabas una parte de mí junto con Quimera. Parecía sorprendido.
- Lo-lo siento mucho Sora. – En ese momento me cogió la mano – Pero era necesario.
Justo en el momento más oportuno apareció Xana.
- ¡Señorita! ¿Estáis bien?, ¿Os encuentráis mal? – Parecía realmente angustiada- No podía dormir, y decidí pasear por el palacio, y cuando pasé por vuestro cuarto vi la puerta abierta, sin nadie en el interior.
- Estoy bien Xana, no te preocupes.
- No le ocurre nada, solamente tenía ganas de verme y salió en mi busca – Decía guiñándome un ojo.
- ¡Zero! No digas esas cosas, es la princesa de la que estás hablando.
Me puse colorada. Ese estúpido engreído egocéntrico.

- Déjalo, que piense lo que quiera, yo no fui la primera que fue en busca de nadie – Y me levanté quitando mi mano entrelazada en la de él – Te acompaño a tu cuarto Xana, buenas noches, Zero.