lunes, 14 de septiembre de 2015

Entre dos mundos: el renacer de los Van Guiret

Capítulo 6: Mi reino

Otra día más pasaba en aquel asombroso lugar. ¿Cuántos iban ya? Había perdido la cuenta. Me levante y en lugar de como la costumbre que había adquirido de ir siempre primero ir al vestidor a sorprenderme con los inimaginables vestidos, salí al balcón y contemplé el paisaje. Todo aquello era mío. Era mi reino. Aun no me lo creía. Me encontré a mí misma con cara de estúpida vislumbrando aquello que era mío. Era tan enorme que desde mi ubicación era imposible observar los límites y solo veía cómo estos se difuminaban. Sin embargo, no conocía nada de este mundo. ¿Qué habría más allá de mis fronteras? ¿Cómo serían los habitantes de Casia? ¡Ni siquiera había visitado el pueblo! ¿Qué clase de princesa era? Debía al menos conocer lo básico de este lugar, conocer su cultura, leyendas, fiestas, costumbres…Por un momento me sentí mal…En estos días solo había estado pendiente de mí, de mi familia, de Zero y no había dedicado ni un momento a disfrutar de este increíble mundo que me pertenecía, ni me había molestado en aprender de él.
Lo decidí. Iría a ver hoy mi reino. Como hoy iba a bajar al pueblo e iba a ser expuesta a mis gentes tenía que ir más elegante que de costumbre. Debía dar buena imagen a mis pueblerinos. Suponía que iba ser el centro de atención, después de todo yo era la reina que estaban esperando, aunque aún me costaba llamarme a mí misma soberana. Dejé los pensamientos sobre mi condición real y me centré en la vestimenta que había de portar para este momento. Me dirigí al vestidor. Comencé a buscar entre los vestidos, pero todos me parecieron muy “simples”. Y con “simples” me refiero a que ninguno me llamó la atención, porque todos eran maravillosos, pero necesitaba uno que fuera el elegido, el adecuado. Debía estar a la altura de la situación. Estaba sumergida en mis preocupaciones de muda cuando de repente apareció Xana. Ni siquiera me percaté de su presencia. O había entrado muy silenciosa o yo estaba más distraída de lo normal. Lo segundo me pareció la opción más verdadera. Estaba recogiendo la bandeja de mi desayuno con cara preocupante.
- Mi señora, ¿qué pasa que no os tomáis el desayuno?
- Estoy buscando un vestido, quiero que sea espectacular. Hoy bajaré al pueblo a conocer a las gentes y me gustaría que me vieran con mis mejores galas.
- En ese caso, os recomiendo que le pidáis ayuda a Clíope, seguro que ella está dispuesta a hacerle de guía a vos. Póngase el vestido aquel, el verde que está en la esquina, era uno de los favoritos de su madre.
¿Cómo no me había percatado de aquella belleza? Mi madre hubo de tener un gusto exquisito. Era más corto que los demás, me llegaba un poco más arriba de los tobillos, lo que resultaba ser una ventaja, ya que sería más cómodo caminar con él. Llevaba una cinta blanca en el pecho que se deslizaba hasta mi vientre y se ataba formando una trenza. Era de media manga y muy estrecho en la parte superior y se iba ensanchado a los pies. Me puse una cinta en la cabeza color esmeralda y me dejé mi pelo caer, suelto. 
Salí de mi dormitorio y me dirigí hacía la entrada del palacio. Allí, jugando con las flores, encontré a Clíope. Era realmente hermosa. Tenía belleza natural. Llevaba un vestido color rosa palo, ceñido en el pecho y vaporoso de cadera hacia abajo. En los brazos llevaba las mangas transparentes de un rosa aún más apagado. Y el pelo lo llevaba suelto, tirado a un lado, fijado por una trenza lateral. A pesar de la sencillez de su aspecto, parecía toda una dama de una belleza y hermosura de renombre. No sería de extrañar que fuera un objetivo para muchos varones. Desvié mi vista hacia el lado. Junto a ella estaba Zero, hablando, se le veía feliz. Eso me gustó: verlo sonreír; sin embargo verlo con ella me hizo sentir insegura. Yo al lado de Clíope, parecía una niña, era normal que no se fijasen en mí. No debía sentirme ambiciosa respeto a Zero, apenas nos estábamos conociendo, aunque él parecía como si me conociese perfectamente y ambos nos sentíamos muy cómodos. En lo más profundo de mi ser, había algo que me indicaba que ya conocía a Zero, pero debía ser una simple sensación, nada más. Después de todo hacía poco más de una semana que nos habíamos encontrado por primera vez. Tanto Zero como Clíope se giraron al unísono y me recibieron con una cálida sonrisa. Me acerqué rápidamente hacia ellos.
- Xana me ha dicho que quieres ver el reino y conocer nuestras costumbres. Bien, pues yo seré tu guía. – dijo Clíope muy alegremente- Nos lo pasaremos genial.
- Así que por eso te has puesto tan guapa, ¿no? Pero ya sabes lo que dicen: aunque la mona se vista de seda, mona se queda.- intervino Zero riéndose a carcajadas.
- Serás…en fin- sonreí hacía él y centré mi atención en Clíope- ¿Nos vamos Clíope?
Comenzamos a bajar la ladera, que hacía ya varios días había subido por primera vez. Esta vez sí se oían las voces de los habitantes de la ciudad. Nos adentramos en el bosque, ahora sí podía fijarme en todo cuan me rodeaba, me quedé asombrada ante tal increíble belleza, tanto que no me percaté de los pequeños seres que estaban rodeándonos, volando alrededor de nuestras cabezas.
- Son hadas – comenzó a explicarme Clíope – pero no son como se las describe en el mundo donde has estado viviendo. En tu mundo son mujeres hermosas y buenas que poseen poderes sobrenaturales y velan por la naturaleza que las rodea, protegiendo sus hábitats. Pues realmente no lo son, puede que sí que sean hermosas y que les guste cuidar la madre naturaleza, sin embargo son unos seres muy peligrosos, a los que hay que tratar con cautela. Son una mezcla de un misterioso encanto, de cautivadora belleza, pero al mismo tiempo de una enorme fealdad, insensibilidad y superficialidad. Al igual que su mundo, nadie que haya intentado encontrarlo, ha regresado con vida, pues son muy rencorosas y maliciosas, no hay nada más que las enoje, que los humanos las espíen y se muevan por sus dominios, como turistas. Te aconsejo que tengas cuidado de no provocarlas.
Oh Dios mío, había vivido engañada todo este tiempo, debía de tener cuidado de ahora en adelante. Decidí tomar nota de todo cuanto Clíope me contase y posteriormente ilustar con dibujos a modo de cuaderno y recuerdos que siempre conservaría. Seguimos bajando alegremente, y Clíope me iba contando un montón de cosas del bosque, hasta que oí el sonido de un arroyo y nos desviamos del camino. Empecé a correr como loca, no entendía por qué mis piernas no respondían a mis deseos, no podía parar, era como si me estuviesen llamando. Llegué a un valle, donde la hierba no era verde, sino azul oscuro y del río brotaban esferas brillantes. Vi salir del agua a un ser hermosísimo, era una mujer que iba semidesnuda, tapándose prácticamente su cuerpo con su largo y sedoso cabello. La miré a los ojos. Justo cuando iba a comenzar a caminar, alguien me paró.
- ¡Sora, cuidado! Son ninfas, no te acerques a ellas. Las ninfas son seres muy inteligentes y astutos, si creen que eres un enemigo, no dudarán en engañarte, tienes que ganarte su confianza. 
- ¿Qué me ha pasado? ¿Por qué mi cuerpo no me respondía? – dije aun temblando.
- Habías sido hipnotizada por su canto angelical. Cuando se ven en peligro atraen a sus enemigos para que se acerquen a ellas, y así las vean completamente desnudas. Si alguien las ve así morirá en el acto o en el caso de una mujer que no la desee ver, quedará ciega. Normalmente no suelen hacer eso, ya que son seres pacíficos, que se encargan de cuidar a los animales y a la naturaleza; sin embargo, tu olor las habrá asustado, eres un ser casi desconocido para ellas. Has de entenderlas, muchas veces han sido ellas las seducidas con música sátira para poder ser capturadas. No te preocupes, no creo que te hagan nada, en todo caso intentarán huir ellas de ti, convirtiéndose en algún elemento natural o abriendo un portal a otra dimensión.
- Gracias por la información. Por cierto, me dijo Zero que también había trolls, ¿pero no se suponen que son malignos?
- No lo son, del todo – dijo mientras empezaba a caminar hacia el pueblo.- Es cierto que pueden ser un poco rencorosos, pero lo único que hacen es intentar sobrevivir. En su tierra nunca hay sol, ya que solo un simple rayo los petrificaría, así que en sus tierras no crece alimento alguno con el cual puedan alimentarse, por lo que se ven, prácticamente, obligados a salir de noche e ir al pueblo a robar a los ciudadanos algo de comida, pero no lo hacen con mala intención solo por sobrevivir. Pero tranquila, no creo que veas alguno nunca. Ya hemos llegado.
El pueblo era enorme y precioso. Las casas, que eran setas, parecían que fueran de algodón y que el viento se las pudiese llevar. Clíope me garantizó que me enseñaría su casa de cerca, además de otros edificios de gran relevancia del reino. Me percaté de que todos eran blancos de piel y tenían un aspecto frágil, semejantes a Clíope. Me quedé mirándolos fijamente, tenían las orejas puntiagudas, sin embargo Zero no era así. 
- Somos elfos, por eso habrás notado que todos somos parecidos, respecto al tono de piel y las orejas. Hay dos tipos de elfo, los blancos, nosotros y los oscuros…que ya no existen. 
- Entonces Zero, ¿qué es?
- Pregúntaselo a él – dijo lanzándome una mirada picaresca.
Nos paseamos por el pueblo durante unas horas, descubrí un nuevo mundo, nunca hubiera imaginado que mi reino fuese tan encantador. La gente era muy amable y cordial. Todo el mundo estaba dispuesto a servir una mano para ayudar y andaban sonriendo cálidamente. Se sentía bien pasear por las calles del pueblo. No me extrañaba que nunca hubiese guerras. Realmente mis padres, no, no solo ellos, sino toda mi familia, la familia Van Guiret había hecho un trabajo maravilloso, y yo tenía que conseguir que siguiese así hasta la próxima generación.  Para mi sorpresa los ciudadanos no se habían percatado de mi presencia. Seguramente sería a causa de mi escasa estancia en Casia, además de que no me habían presentado al pueblo oficialmente como futura reina aun. Así que en ese instante me sentí una imbécil al haber dedicado tiempo de más en mi vestimenta y cabello que en aprender de mis gentes.
Clíope tuvo que notar mi cansancio porque me dijo de ir a su casa a descansar, lo cual me pareció una gran idea. Quería ver cómo se estructuraban las casas por dentro y sobre todo sentarme y descansar las piernas, las cuales me ardían del dolor. No recuerdo haber andado tanto como ese día, en el que recorrí, junto con Clíope casi todo mi reino. Llegamos en poco tiempo a su casa, era una de las que había visto anteriormente, estaba ansiosa por entrar. Clíope abrió la puerta y nos adentramos. Era una casa rústica, con los muebles de madera y color caoba, parecía muy antigua. Las ventanas eran de plata blanca y se notaba que estaban talladas a mano. Las paredes eran de color azul celeste que contrastaban con el verde del suelo, parecía un bosque en miniatura. Me llevó a la cocina, en ella había una enorme chimenea, que estaba cubierta de mármol blanco, y a pesar de la ceniza seguía brillando. Nos sentamos cerca de ella y comenzamos a hablar.
- ¿Qué te pasa, que no paras de tocarte el cuello? – me preguntó.
- Pues que antes siempre llevaba mi collar con una moneda, pero el estúpido de Zero la utilizó para librarnos de Quimera. – contesté resoplando.
- ¿Sabes? Aquí, cuando un hombre quiere demostrarle su afecto a su mujer amada, le regala una moneda hecha a mano en la mina Korreds, pues con ello muestran que quieren que su vida esté llena de fortuna y pueda disfrutar de ella. – al acabar soltó una risita que en ese momento no comprendí, pero que posteriormente haría.
- Oh que bonito, nunca había oído algo así. Cuéntame algunas cosas que se diferencien con mi mundo.
- Mmm déjame pensar…Otra gran diferencia entre Casia y tu mundo es la educación de los niños. En el tiempo de ocio, en tu mundo todo niño juega a las maquinitas esas, a las cuales, no te ofendas, no les veo ningún interés. Pues bien, aquí todos los niños desde los tres años les inculcamos el arte y la sabiduría; unos tocan instrumentos, otros pintan, y otros leen y escriben, en tu caso la pintura era tu mayor virtud y la mía tocar el piano.
- Ahora entiendo por qué siempre estaba pintando.
Tras decir esto, me quedé pensativa ante la afirmación que Clíope acababa de hacer involuntariamente: “en tu caso la pintura era tu mayor virtud” ¿Cómo era posible que lo supiese que nada más nacer, al poco tiempo, había sido enviada a la Tierra? De repente, cortando nuestra conversación y mis pensamientos, entró un hombre en la cocina. Mi atención se centró en él. Me quedé perpleja, iba sin camiseta, mostrando su hermoso y musculoso cuerpo. Era posible apreciar todos y cada uno de los músculos del torso. Estaba totalmente tonificado, pero sin tener ese aspecto hinchado que muchos habitantes de la Tierra se obsesionaban con tener y que yo, sinceramente, no sabía qué veían de atractivo en él. Vestía unos pantalones negros bastante desgastados de trabajar. Su piel era más blanca que la nieve y se podía observar que era suave, pues no tenía ni un solo rasguño en su cuerpo. Sus ojos eran como el mar, sentía que me bañaba en ellos, es más quería perderme en ellos y no salir nunca. Y su pelo era castaño cobrizo. Tanto él como yo nos quedamos mirándonos fijamente. Noté como me ardían las mejillas así que decidí apartar la vista de él. Sin embargo, el siguió mirándome y sonrió.
- Ent, ¿qué haces así? ¡¡Estás delante de la princesa, por favor!!
- Lo siento, vengo de cortar leña, ¿qué quieres que haga? No sabía que nuestra princesa iba a estar aquí. Discúlpeme, no era mi intención mostrarme ante vuestra merced en tal dichoso aspecto - dijo dirigiéndose a mí. 
- No pasa nada, Ent. Mi nombre es Sora, encantada de conocerte, pero ¿quién eres, su prometido?
- No, mi señora, es mi hermana pequeña, a la que por cierto madre está buscando como loca. Quiere que vayas a comprar los ingredientes para la cena, dice que ella llegará tarde.
- Pero tengo que acompañarla hasta el palacio…
- Tranquila, pequeña Clio, yo puedo llevar a nuestra señora hasta palacio, no me importa. Deme dos minutos para cambiarme y enseguida podréis marcharos.
Exactamente tardó dos minutos en cambiarse de ropa e inmediatamente emprendimos el camino hacia palacio. El paseo fue silencioso, tan solo intercambiamos pequeñas palabras, monosílabos, pero para mí fue suficiente, para darme cuenta de que era una persona increíble. Llegamos a la puerta principal y cuando me disponía a despedirme de él tropecé. Creí que me daría contra el suelo, pero Ent me cogió al instante y me sujetó con sus fuertes brazos. Nos quedamos mirándonos, realmente era guapísimo. Seguramente abrí los ojos de más y parecería una tonta. Entre los ojos y el color tomate que subía por todo mi cuerpo.  A eso le añadía que Zero estaba en el jardín y lo contempló todo con cara de pocos amigos.
- ¿Estáis bien, princesa? ¿Os habéis hecho daño?
- Eh…esto…sí…perfectamente – sonreí nerviosa.
Vi cómo Zero se acercó a nosotros y me cogió del brazo y me arrastró hacia él.
- Sora, no deberías juntarte con gente tan vulgar como él. – dijo con cara cabreada.
Zero empezó a andar con buen paso hacia el palacio.
- Lo siento mucho Ent, no quería que pasaras por esto, no sé qué ha podido ocurrirle. 
- No os disculpéis, no es de vos la culpa.
- Me ha encantado conocerte, espero que nos volvamos a ver pronto. Buenas noches. Y por cierto no hace falta que me habléis con respeto, estoy segura de que somos de la misma edad, así que me es raro que me trates con tanto honor.
- Lo mismo digo para vos. Ha sido un gran honor el estar con vos hoy, espero poder repetir la experiencia si vuestra merced me la concede algún día. Lo siento, me enseñaron que era la forma adecuada de hablar hacia una soberana, intentaré remediarlo.
Ent empezó a correr ladera abajo y yo entré deprisa al palacio para poder alcanzar a Zero.
- ¡Espera, Zero! ¿Por qué has hecho eso? No estábamos haciendo nada, me he tropezado y él me ha sujetado, nada más, de verdad.
- No tienes por qué darme explicaciones. Lo que hagas o dejes de hacer, no me importa, no es asunto mío, tampoco es que seas tan importante para mí. – dijo Zero mientras bajaba la cabeza.
Zero se dirigió a su cuarto y yo me quedé helada, inmóvil, en medio de la entrada real, así que eso era lo que sentía Zero… Empezó a faltarme el aire, no podía respirar, sentía un nudo en la garganta que no podía soportar. No entendía por qué me afectaba tanto. ¿Por qué? Era lo único que mi cabeza repetía ¿por qué me había tratado tan fríamente? No sabría decir cuánto tiempo pasé allí de pie, solo recuerdo que me quedé mirando al frente, mirando el lugar por dónde se había marchado Zero mientras mis lágrimas resbalaban por mis mejillas.




Pedimos disculpas por no haber subido el jueves el correspondiente capítulo, pero a causa de los estudios hemos decidido únicamente subir los lunes. 

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