Capítulo 6: Mi reino
Otra día más pasaba en aquel asombroso lugar. ¿Cuántos
iban ya? Había perdido la cuenta. Me levante y en lugar de como la costumbre
que había adquirido de ir siempre primero ir al vestidor a sorprenderme con los
inimaginables vestidos, salí al balcón y contemplé el paisaje. Todo aquello era
mío. Era mi reino. Aun no me lo creía. Me encontré a mí misma con cara de
estúpida vislumbrando aquello que era mío. Era tan enorme que desde mi
ubicación era imposible observar los límites y solo veía cómo estos se
difuminaban. Sin embargo, no conocía nada de este mundo. ¿Qué habría más allá de
mis fronteras? ¿Cómo serían los habitantes de Casia? ¡Ni siquiera había
visitado el pueblo! ¿Qué clase de princesa era? Debía al menos conocer lo
básico de este lugar, conocer su cultura, leyendas, fiestas, costumbres…Por un
momento me sentí mal…En estos días solo había estado pendiente de mí, de mi
familia, de Zero y no había dedicado ni un momento a disfrutar de este
increíble mundo que me pertenecía, ni me había molestado en aprender de él.
Lo decidí. Iría a ver hoy mi reino. Como hoy iba a bajar
al pueblo e iba a ser expuesta a mis gentes tenía que ir más elegante que de
costumbre. Debía dar buena imagen a mis pueblerinos. Suponía que iba ser el
centro de atención, después de todo yo era la reina que estaban esperando,
aunque aún me costaba llamarme a mí misma soberana. Dejé los pensamientos sobre
mi condición real y me centré en la vestimenta que había de portar para este momento.
Me dirigí al vestidor. Comencé a buscar entre los vestidos, pero todos me
parecieron muy “simples”. Y con “simples” me refiero a que ninguno me llamó la
atención, porque todos eran maravillosos, pero necesitaba uno que fuera el
elegido, el adecuado. Debía estar a la altura de la situación. Estaba sumergida
en mis preocupaciones de muda cuando de repente apareció Xana. Ni siquiera me
percaté de su presencia. O había entrado muy silenciosa o yo estaba más
distraída de lo normal. Lo segundo me pareció la opción más verdadera. Estaba
recogiendo la bandeja de mi desayuno con cara preocupante.
- Mi señora, ¿qué pasa que no os tomáis el desayuno?
- Estoy buscando un vestido, quiero que sea espectacular.
Hoy bajaré al pueblo a conocer a las gentes y me gustaría que me vieran con mis
mejores galas.
- En ese caso, os recomiendo que le pidáis ayuda a
Clíope, seguro que ella está dispuesta a hacerle de guía a vos. Póngase el
vestido aquel, el verde que está en la esquina, era uno de los favoritos de su
madre.
¿Cómo no me había percatado de aquella belleza? Mi madre
hubo de tener un gusto exquisito. Era más corto que los demás, me llegaba un
poco más arriba de los tobillos, lo que resultaba ser una ventaja, ya que sería
más cómodo caminar con él. Llevaba una cinta blanca en el pecho que se
deslizaba hasta mi vientre y se ataba formando una trenza. Era de media manga y
muy estrecho en la parte superior y se iba ensanchado a los pies. Me puse una
cinta en la cabeza color esmeralda y me dejé mi pelo caer, suelto.
Salí de mi dormitorio y me dirigí hacía la entrada del
palacio. Allí, jugando con las flores, encontré a Clíope. Era realmente
hermosa. Tenía belleza natural. Llevaba un vestido color rosa palo, ceñido en
el pecho y vaporoso de cadera hacia abajo. En los brazos llevaba las mangas
transparentes de un rosa aún más apagado. Y el pelo lo llevaba suelto, tirado a
un lado, fijado por una trenza lateral. A pesar de la sencillez de su aspecto,
parecía toda una dama de una belleza y hermosura de renombre. No sería de
extrañar que fuera un objetivo para muchos varones. Desvié mi vista hacia el
lado. Junto a ella estaba Zero, hablando, se le veía feliz. Eso me gustó: verlo
sonreír; sin embargo verlo con ella me hizo sentir insegura. Yo al lado de
Clíope, parecía una niña, era normal que no se fijasen en mí. No debía sentirme
ambiciosa respeto a Zero, apenas nos estábamos conociendo, aunque él parecía
como si me conociese perfectamente y ambos nos sentíamos muy cómodos. En lo más
profundo de mi ser, había algo que me indicaba que ya conocía a Zero, pero
debía ser una simple sensación, nada más. Después de todo hacía poco más de una
semana que nos habíamos encontrado por primera vez. Tanto Zero como Clíope se
giraron al unísono y me recibieron con una cálida sonrisa. Me acerqué
rápidamente hacia ellos.
- Xana me ha dicho que quieres ver el reino y conocer
nuestras costumbres. Bien, pues yo seré tu guía. – dijo Clíope muy alegremente-
Nos lo pasaremos genial.
- Así que por eso te has puesto tan guapa, ¿no? Pero ya
sabes lo que dicen: aunque la mona se vista de seda, mona se queda.- intervino
Zero riéndose a carcajadas.
- Serás…en fin- sonreí hacía él y centré mi atención en
Clíope- ¿Nos vamos Clíope?
Comenzamos a bajar la ladera, que hacía ya varios días
había subido por primera vez. Esta vez sí se oían las voces de los habitantes
de la ciudad. Nos adentramos en el bosque, ahora sí podía fijarme en todo cuan
me rodeaba, me quedé asombrada ante tal increíble belleza, tanto que no me
percaté de los pequeños seres que estaban rodeándonos, volando alrededor de
nuestras cabezas.
- Son hadas – comenzó a explicarme Clíope – pero no son
como se las describe en el mundo donde has estado viviendo. En tu mundo son
mujeres hermosas y buenas que poseen poderes sobrenaturales y velan por la
naturaleza que las rodea, protegiendo sus hábitats. Pues realmente no lo son,
puede que sí que sean hermosas y que les guste cuidar la madre naturaleza, sin
embargo son unos seres muy peligrosos, a los que hay que tratar con cautela.
Son una mezcla de un misterioso encanto, de cautivadora belleza, pero al mismo
tiempo de una enorme fealdad, insensibilidad y superficialidad. Al igual que su
mundo, nadie que haya intentado encontrarlo, ha regresado con vida, pues son
muy rencorosas y maliciosas, no hay nada más que las enoje, que los humanos las
espíen y se muevan por sus dominios, como turistas. Te aconsejo que tengas
cuidado de no provocarlas.
Oh Dios mío, había vivido engañada todo este tiempo,
debía de tener cuidado de ahora en adelante. Decidí tomar nota de todo cuanto
Clíope me contase y posteriormente ilustar con dibujos a modo de cuaderno y
recuerdos que siempre conservaría. Seguimos bajando alegremente, y Clíope me
iba contando un montón de cosas del bosque, hasta que oí el sonido de un arroyo
y nos desviamos del camino. Empecé a correr como loca, no entendía por qué mis
piernas no respondían a mis deseos, no podía parar, era como si me estuviesen
llamando. Llegué a un valle, donde la hierba no era verde, sino azul oscuro y
del río brotaban esferas brillantes. Vi salir del agua a un ser hermosísimo,
era una mujer que iba semidesnuda, tapándose prácticamente su cuerpo con su
largo y sedoso cabello. La miré a los ojos. Justo cuando iba a comenzar a
caminar, alguien me paró.
- ¡Sora, cuidado! Son ninfas, no te acerques a ellas. Las
ninfas son seres muy inteligentes y astutos, si creen que eres un enemigo, no
dudarán en engañarte, tienes que ganarte su confianza.
- ¿Qué me ha pasado? ¿Por qué mi cuerpo no me respondía?
– dije aun temblando.
- Habías sido hipnotizada por su canto angelical. Cuando
se ven en peligro atraen a sus enemigos para que se acerquen a ellas, y así las
vean completamente desnudas. Si alguien las ve así morirá en el acto o en el
caso de una mujer que no la desee ver, quedará ciega. Normalmente no suelen
hacer eso, ya que son seres pacíficos, que se encargan de cuidar a los animales
y a la naturaleza; sin embargo, tu olor las habrá asustado, eres un ser casi
desconocido para ellas. Has de entenderlas, muchas veces han sido ellas las seducidas
con música sátira para poder ser capturadas. No te preocupes, no creo que te
hagan nada, en todo caso intentarán huir ellas de ti, convirtiéndose en algún
elemento natural o abriendo un portal a otra dimensión.
- Gracias por la información. Por cierto, me dijo Zero
que también había trolls, ¿pero no se suponen que son malignos?
- No lo son, del todo – dijo mientras empezaba a caminar
hacia el pueblo.- Es cierto que pueden ser un poco rencorosos, pero lo único
que hacen es intentar sobrevivir. En su tierra nunca hay sol, ya que solo un
simple rayo los petrificaría, así que en sus tierras no crece alimento alguno
con el cual puedan alimentarse, por lo que se ven, prácticamente, obligados a
salir de noche e ir al pueblo a robar a los ciudadanos algo de comida, pero no
lo hacen con mala intención solo por sobrevivir. Pero tranquila, no creo que
veas alguno nunca. Ya hemos llegado.
El pueblo era enorme y precioso. Las casas, que eran
setas, parecían que fueran de algodón y que el viento se las pudiese llevar. Clíope
me garantizó que me enseñaría su casa de cerca, además de otros edificios de
gran relevancia del reino. Me percaté de que todos eran blancos de piel y
tenían un aspecto frágil, semejantes a Clíope. Me quedé mirándolos fijamente,
tenían las orejas puntiagudas, sin embargo Zero no era así.
- Somos elfos, por eso habrás notado que todos somos
parecidos, respecto al tono de piel y las orejas. Hay dos tipos de elfo, los
blancos, nosotros y los oscuros…que ya no existen.
- Entonces Zero, ¿qué es?
- Pregúntaselo a él – dijo lanzándome una mirada
picaresca.
Nos paseamos por el pueblo durante unas horas, descubrí
un nuevo mundo, nunca hubiera imaginado que mi reino fuese tan encantador. La
gente era muy amable y cordial. Todo el mundo estaba dispuesto a servir una
mano para ayudar y andaban sonriendo cálidamente. Se sentía bien pasear por las
calles del pueblo. No me extrañaba que nunca hubiese guerras. Realmente mis
padres, no, no solo ellos, sino toda mi familia, la familia Van Guiret había
hecho un trabajo maravilloso, y yo tenía que conseguir que siguiese así hasta
la próxima generación. Para mi sorpresa
los ciudadanos no se habían percatado de mi presencia. Seguramente sería a
causa de mi escasa estancia en Casia, además de que no me habían presentado al
pueblo oficialmente como futura reina aun. Así que en ese instante me sentí una
imbécil al haber dedicado tiempo de más en mi vestimenta y cabello que en
aprender de mis gentes.
Clíope tuvo que notar mi cansancio porque me dijo de ir a
su casa a descansar, lo cual me pareció una gran idea. Quería ver cómo se
estructuraban las casas por dentro y sobre todo sentarme y descansar las
piernas, las cuales me ardían del dolor. No recuerdo haber andado tanto como ese
día, en el que recorrí, junto con Clíope casi todo mi reino. Llegamos en poco
tiempo a su casa, era una de las que había visto anteriormente, estaba ansiosa
por entrar. Clíope abrió la puerta y nos adentramos. Era una casa rústica, con
los muebles de madera y color caoba, parecía muy antigua. Las ventanas eran de
plata blanca y se notaba que estaban talladas a mano. Las paredes eran de color
azul celeste que contrastaban con el verde del suelo, parecía un bosque en
miniatura. Me llevó a la cocina, en ella había una enorme chimenea, que estaba
cubierta de mármol blanco, y a pesar de la ceniza seguía brillando. Nos
sentamos cerca de ella y comenzamos a hablar.
- ¿Qué te pasa, que no paras de tocarte el cuello? – me
preguntó.
- Pues que antes siempre llevaba mi collar con una
moneda, pero el estúpido de Zero la utilizó para librarnos de Quimera. – contesté
resoplando.
- ¿Sabes? Aquí, cuando un hombre quiere demostrarle su
afecto a su mujer amada, le regala una moneda hecha a mano en la mina Korreds,
pues con ello muestran que quieren que su vida esté llena de fortuna y pueda
disfrutar de ella. – al acabar soltó una risita que en ese momento no
comprendí, pero que posteriormente haría.
- Oh que bonito, nunca había oído algo así. Cuéntame
algunas cosas que se diferencien con mi mundo.
- Mmm déjame pensar…Otra gran diferencia entre Casia y tu
mundo es la educación de los niños. En el tiempo de ocio, en tu mundo todo niño
juega a las maquinitas esas, a las cuales, no te ofendas, no les veo ningún
interés. Pues bien, aquí todos los niños desde los tres años les inculcamos el
arte y la sabiduría; unos tocan instrumentos, otros pintan, y otros leen y
escriben, en tu caso la pintura era tu mayor virtud y la mía tocar el piano.
- Ahora entiendo por qué siempre estaba pintando.
Tras decir esto, me quedé pensativa ante la afirmación
que Clíope acababa de hacer involuntariamente: “en tu caso la pintura era tu mayor virtud” ¿Cómo era posible que lo
supiese que nada más nacer, al poco tiempo, había sido enviada a la Tierra? De
repente, cortando nuestra conversación y mis pensamientos, entró un hombre en
la cocina. Mi atención se centró en él. Me quedé perpleja, iba sin camiseta,
mostrando su hermoso y musculoso cuerpo. Era posible apreciar todos y cada uno
de los músculos del torso. Estaba totalmente tonificado, pero sin tener ese
aspecto hinchado que muchos habitantes de la Tierra se obsesionaban con tener y
que yo, sinceramente, no sabía qué veían de atractivo en él. Vestía unos
pantalones negros bastante desgastados de trabajar. Su piel era más blanca que
la nieve y se podía observar que era suave, pues no tenía ni un solo rasguño en
su cuerpo. Sus ojos eran como el mar, sentía que me bañaba en ellos, es más
quería perderme en ellos y no salir nunca. Y su pelo era castaño cobrizo. Tanto
él como yo nos quedamos mirándonos fijamente. Noté como me ardían las mejillas
así que decidí apartar la vista de él. Sin embargo, el siguió mirándome y
sonrió.
- Ent, ¿qué haces así? ¡¡Estás delante de la princesa,
por favor!!
- Lo siento, vengo de cortar leña, ¿qué quieres que haga?
No sabía que nuestra princesa iba a estar aquí. Discúlpeme, no era mi intención
mostrarme ante vuestra merced en tal dichoso aspecto - dijo dirigiéndose a
mí.
- No pasa nada, Ent. Mi nombre es Sora, encantada de
conocerte, pero ¿quién eres, su prometido?
- No, mi señora, es mi hermana pequeña, a la que por
cierto madre está buscando como loca. Quiere que vayas a comprar los
ingredientes para la cena, dice que ella llegará tarde.
- Pero tengo que acompañarla hasta el palacio…
- Tranquila, pequeña Clio, yo puedo llevar a nuestra
señora hasta palacio, no me importa. Deme dos minutos para cambiarme y
enseguida podréis marcharos.
Exactamente tardó dos minutos en cambiarse de ropa e
inmediatamente emprendimos el camino hacia palacio. El paseo fue silencioso,
tan solo intercambiamos pequeñas palabras, monosílabos, pero para mí fue
suficiente, para darme cuenta de que era una persona increíble. Llegamos a la
puerta principal y cuando me disponía a despedirme de él tropecé. Creí que me
daría contra el suelo, pero Ent me cogió al instante y me sujetó con sus
fuertes brazos. Nos quedamos mirándonos, realmente era guapísimo. Seguramente
abrí los ojos de más y parecería una tonta. Entre los ojos y el color tomate
que subía por todo mi cuerpo. A eso le
añadía que Zero estaba en el jardín y lo contempló todo con cara de pocos
amigos.
- ¿Estáis bien, princesa? ¿Os habéis hecho daño?
- Eh…esto…sí…perfectamente – sonreí nerviosa.
Vi cómo Zero se acercó a nosotros y me cogió del brazo y
me arrastró hacia él.
- Sora, no deberías juntarte con gente tan vulgar como
él. – dijo con cara cabreada.
Zero empezó a andar con buen paso hacia el palacio.
- Lo siento mucho Ent, no quería que pasaras por esto, no
sé qué ha podido ocurrirle.
- No os disculpéis, no es de vos la culpa.
- Me ha encantado conocerte, espero que nos volvamos a
ver pronto. Buenas noches. Y por cierto no hace falta que me habléis con
respeto, estoy segura de que somos de la misma edad, así que me es raro que me
trates con tanto honor.
- Lo mismo digo para vos. Ha sido un gran honor el estar
con vos hoy, espero poder repetir la experiencia si vuestra merced me la
concede algún día. Lo siento, me enseñaron que era la forma adecuada de hablar
hacia una soberana, intentaré remediarlo.
Ent empezó a correr ladera abajo y yo entré deprisa al
palacio para poder alcanzar a Zero.
- ¡Espera, Zero! ¿Por qué has hecho eso? No estábamos
haciendo nada, me he tropezado y él me ha sujetado, nada más, de verdad.
- No tienes por qué darme explicaciones. Lo que hagas o
dejes de hacer, no me importa, no es asunto mío, tampoco es que seas tan importante
para mí. – dijo Zero mientras bajaba la cabeza.
Zero se dirigió a su cuarto y yo me quedé helada,
inmóvil, en medio de la entrada real, así que eso era lo que sentía Zero…
Empezó a faltarme el aire, no podía respirar, sentía un nudo en la garganta que
no podía soportar. No entendía por qué me afectaba tanto. ¿Por qué? Era lo
único que mi cabeza repetía ¿por qué me había tratado tan fríamente? No sabría
decir cuánto tiempo pasé allí de pie, solo recuerdo que me quedé mirando al
frente, mirando el lugar por dónde se había marchado Zero mientras mis lágrimas
resbalaban por mis mejillas.
Pedimos disculpas por no haber subido el jueves el correspondiente capítulo, pero a causa de los estudios hemos decidido únicamente subir los lunes.