Capítulo 3 – Una nueva vida
Al entrar todos los ojos de los asistentes se posaron en
mí. La habitación a la que entré era un gran salón, estaba decorado con pocas
cosas, pero qué cosas. Una alfombra de lino roja conducía hasta un enorme y
precioso trono de marfil. Había unos enormes ventanales, en uno de ellos pude
apreciar que había un balcón. Estos ventanales estaban decorados con hermosas
cortinas de seda. En el gran salón había tres mujeres y un poco de servicio. La
primera mujer, la que estaba más cerca de mí, era fornida. Tendría sobre los 50
años, en su cara se mostraba la dulzura de una mujer buena y bondadosa. Llevaba
un vestido color pastel, con un delantal de hilo fino. No era la señora de la
casa, pero tampoco una humilde criada. La segunda mujer, bueno mejor dicho
chica, pues tendría mi misma edad, era preciosa. Llevaba un vestido color zafiro,
que le caía hasta los p
ies. Su pelo de color dorado, caían sobre sus hombros. Y sus ojos color celeste, mostraban la bondad. En ese momento me habría atrevido a decir que era un ángel. La tercera mujer, era también hermosa pero su mirada no me inspiraba confianza. No sabría decir cuántos años tenía, pues su cara no tenía ninguna arruga pero sus manos estaban marcadas y desgastadas. Miré a Zero, me gustaba mirarlo y sentir que me protegía. Pero en ese instante su mirada estaba perdida. Estaba serio, es más diría que angustiado. Tenía pensado cogerle la mano, pero apareció de una puerta un bello y gran unicornio de color blanco.
- Vostok
– susurré.

- ¡Señorita!
– gritaba la mujer más mayor.
Dirigí mi mirada hacia ella, y en un visto y no visto me
vi encerrada entre sus brazos, mientras soltaba palabras de afecto y cariño.
- Bueno,
ya basta Xana, la vas a asfixiar.
Estas palabras fueron dichas por la chica de cara
angelical, en el momento que Xana me soltó ella también me daba un largo
abrazo.
- Hola
Sora. Probablemente no te acuerdes de mí, soy Clíope, antes éramos grandes
amigas. Estoy contentísima de que estés de vuelta, te hemos echado todos mucho
de menos.
Al soltarme, la mujer no tan joven se acercó.
- Princesa,
me alegro de que volváis a formar parte de nuestro mundo. Yo soy Nazka, la mayordoma
y consejera real. Sus padres confiaban mucho en mí, por favor no dudéis vos en
hacer lo mismo cuando lo preciséis.
- E-encantada,
y no me gustaría ser descortés ni nada de eso pero, ¿estáis seguros que yo soy
esa princesa de la que tanto habláis? Soy solamente una chica normal, de un
mundo normal.
- ¡Oh!
Pues claro que sois vos la princesa, señorita, yo la he cuidado personalmente
desde que nacisteis hasta que os marchasteis. Nunca podría olvidarme de vuestra
cara. Además esos ojos… Los mismos ojos que vuestra madre.
- ¿Quieres
probar tu mullido trono? – Decía la tal Clíope.
- Eh,
de acuerdo.
Estaba en estado de shock. Así que obedecí y me senté en
lo alto del trono. Todos me miraban. Odio cuando me miran. Me gusta pasar
desapercibida. Necesitaba la mirada de alguien de confianza, aunque no lo conocía
mucho, él fuese un estúpido arrogante conmigo y solo discutiésemos, necesitaba
saber que él estaba ahí. Su sola presencia me tranquilizaba. Era algo
difícil de explicar. Pero sentía que podía confiar en él. Giré mi vista hacia
donde él estaba. Lucía tan guapo. Me miró, al principio serio, luego me sonrió
con un leve alzamiento de su comisura labial y después de eso se marchó.
- Señorita,
deberíais descansar. Seguramente ha sido un viaje muy pesado para vos. Los
viajes por agujeros siempre son dolorosos.
Hasta ese momento no me había percatado de lo cansada que
estaba. En un solo día había corrido para escapar de un monstruo, caído desde
tres metros hasta el suelo y caminado durante dos horas hasta la ciudad. Y
además me habían dado la increíble noticia de que yo era la soberana de todo
este mundo, cosa que aún me costaba asimilar. Así que me despedí de Clíope y
Nazka, y seguí a Xana hasta una puerta enorme. Me condujo por los pasillos del
gigantesco castillo hasta alanzar otra puerta, esta un poco más pequeña.
- Ya
hemos llegado a su habitación – Decía mientras abría la puerta.
Me quedé paralizada, la habitación era enorme. Se podría
decir que igual de grande que mi casa en la
Tierra. La habitación era
presidida por una cama amplia, la cual parecía muy blanda y reconfortante. A la
izquierda había un enorme ventanal, lo que era de agradecer pues permitía la
entrada de gran cantidad de luz y brisas frescas. A la derecha un vestidor
lleno de vestidos, zapatos y joyas. La habitación también disponía de una
mesita de madera blanca con dos sillas a juego con esta. Y por último cerca del
vestidor se hallaba un tocador con un espejo. Estaba armado de peines,
cepillos, maquillaje, perfumes, cremas, ungüentos…
Xana me llevó por
toda la habitación, y me condujo hasta el baño. En este había una bañera llena
de agua caliente. Allí me dijo:
- ¿Preferís
desnudarse vos o la desnudo yo?
¿Desnudarme? ¿Pero esta tía que pensaba hacerme?
- Perdona,
¿desnudarme?
- Sí,
para bañarla. – parecía perpleja por mi pregunta.
- Oh,
no hace falta usted váyase, ya me las apañaré yo sola.
Prácticamente la eché de allí. Menuda situación más
incómoda. Cerré la puerta y di gracias por estar sola. Tenía demasiadas cosas
en la cabeza. Esta estaba a punto de explotar. Era hora de relajarse y no
pensar en nada. Había sido un día demasiado duro e intenso. Me bañé. Cogí una
camisola que encontré en el vestidor y me metí en la cama. Todo esto no podía
ser real, princesa de Casia … Mis parpados se iban cerrando… Una nueva vida…