jueves, 27 de agosto de 2015

Entre dos mundos: el renacer de los Van Guiret

Capítulo 2 – Un mundo mágico, Casia

            El aterrizaje fue bastante doloroso. Caí de lado, por lo que amortigüé todo mi peso con mi brazo derecho. Genial. Esperaba que no trajese consecuencias peores, aunque el enorme moratón que poco a poco se daba paso en mi piel, tintándola de un color grisáceo (que por cierto destacaba mucho en mi tez) indicaba lo contrario. Pero todo el dolor que sufrí por el impacto contra el suelo se disipó (al menos momentáneamente) al levantar la mirada  y comprobar que estaba en un lugar maravilloso. A diferencia de la ciudad, todo el paisaje estaba inundado de colores preciosos. A mí alrededor se encontraban numerosas flores de diferentes tamaños,  formas extravagantes e inimaginables, colores y aromas. Era un olor armonioso, fino, dulce. Me recordó a cuando mi madre realizaba velas aromáticas, de esas que te cautivan y convierten cualquier lugar en uno especial, en uno sereno y tranquilo. Un espacio propio por su olor.
Un poco más a lo lejos había árboles de gran tamaño, corpulentos, cuyos tallos leñosos a primera vista eran ásperos. No sé ni cómo ni porqué, me encontré corriendo hacia ellos, presa de la curiosidad que me embargaba, y acariciando la corteza de estos que, para mi sorpresa, eran suaves y agradables, como el algodón, pero resistentes y duros cual roca, a la vez. El sol no podía ser visto debido al gran follaje y altura de los árboles, lo que provocaba que estos en su propio mecanismo de supervivencia desarrollasen grandes hojas por las que poder captar cualquier rayo que atravesase la frondosa flora. Había infinidad de plantas, muchas de ellas desconocidas para mí, que impedían al sol bañar el suelo, cuya consecuencia había sido este ambiente húmedo y fresco. No hacía calor, se estaba a gusto. No obstante, pequeños rayos conseguían superar tales obstáculos y otorgaban la suficiente luz como para poder contemplar el paisaje. Parecía todo sacado de mis sueños de hadas. Al norte, muy a lo lejos, se podían vislumbrar, unas enormes setas (o eso parecían), setas que estaba deseando ver de cerca.
-       Bonito ¿eh?
Asentí. Aquello era precioso. Nunca habría imaginado poder estar en un lugar tan mágico.
-       Y… ¿dices que yo soy la princesa de todo esto?
-       Así es, una cría dueña de un mundo tan especial.
¡Oh Dios! Me tenía harta. Nos acabábamos de conocer y ya se consideraba superior a mí. Por su apariencia no tendría muchos más años que yo.
-       ¿Puedes hacer el favor de dejar de repetir “una cría”? Me cansas. Yo no te obligué a meterme en ese estúpido agujero, ni tampoco a ir a por mí. Así que haz el favor de llevarme a donde tengas que llevarme y ninguno de los dos tendrá que soportarse más.
Soltó una carcajada. El muy idiota se reía de mí. No lo aguantaba. Aunque muy en el fondo sentía como si ya hubiese vivido situaciones así. Me era muy familiar su forma de hablar. Por raro que suene, me sentía cómoda, como si fuésemos amigos.
-       ¡Estás muy graciosa cuando te enfadas! Pero tienes razón será mejor que vayamos al palacio.
Durante el trayecto no me dirigió la palabra, ni siquiera me miraba, tan solo andaba delante de mí y me conducía hacia lo que sería mi destino. Tampoco contestaba a todas mis incansables preguntas. Lo siento, soy curiosa por naturaleza. Tenía que hacerlo. Aunque de nada sirvió. Así que decidí disfrutar del paisaje. Pude ver un enorme lago, cuya agua era cristalina y dejaba al descubierto a los seres que lo habitaban. No pude reconocer a ninguna especie, puesto que no se asemejaban a los de la Tierra. Este mundo era totalmente extraño para mí. Presencié lo que debían ser animales, hermosos, y seres mágicos que había visto en los libros de fantasía o mitología que tanto me gustaban leer, como duendes, gnomos y leprechaunts. Todos me miraban de reojo y cuchicheaban. A Zero parecía que no le gustaban mucho. Pero no sabría decir si su expresión de recelo era debido a ellos mismos o a los comentarios que pronunciaban.
Cuando nos íbamos acercando más al pueblo pude apreciar que aquellas setas que vi al principio no eran setas, sino ¡casas! Eran preciosas. Los tejados estaban hechos con hierba. En la estructura había escaleras de hierro de forma ondulada. La puerta era redonda. Y todas estaban rodeadas por unos magníficos jardines. Por fin llegamos a la entrada del pueblo y este estaba aislado, solo se percibía el sonido de los animales en el interior del bosque, y esos seres mágicos. Le pregunté a Zero el porqué de ese silencio, pero me miró con cara de pocos amigos y me ordenó que lo siguiera. Cada vez íbamos adentrándonos más en la ciudad, y se iban percibiendo grandes gritos y jolgorios de una enorme multitud. Llegamos a un gran puente, y me quedé perpleja, al otro lado había muchas personas, chillando y vitoreando ¡mi nombre! A lo lejos se distinguía un enorme edificio, un poco más delante las calles estaban adornadas con hermosas flores y parecía que las gentes se habían vestido con sus mejores galas. Al parecer lo que Zero dijo era verdad, me esperaban. Al atravesar el puente, nos encontramos con una pasarela, rodeados por la multitud eufórica. Zero debió notar mi nerviosismo, pues me agarró de la mano, como intentando darme fuerzas. En todo el trayecto era la primera vez que lo notaba cercano.
Comenzamos a caminar por la pasarela en la cual, en ambos lados, había una hilera de árboles cuyas hojas eran suaves y de color rosa, parecidos a los pétalos de las flores de los cerezos japoneses, pero al mismo tiempo tan distintos, puesto que estos no presentaban la típica zona blanquecina central sino que eran totalmente rosados. Esta, nos dirigía hacia un edificio enorme, el que anteriormente había vislumbrado. No. No podía ser, no era un edificio era un palacio, pero no uno cualquiera, era como el típico de un cuento de hadas. No penséis que por ello tenía imagen infantil ni mucho menos. Dios mío, era enorme y hermoso. Era la belleza personificada en cimientos. Era todo blanco. Desde donde estaba no podía apreciar si era mármol u oro blanco lo que formaba las paredes de aquel, pero lo que si podía distinguir eran las ventanas con forma ovalada y rejas doradas. En la parte más alta había una serie de estatuas talladas, creo que serían  elfos o hadas, Zero me dijo que habían sido los guardianes de sus majestades, que habían protegido durante toda su vida el palacio y a sus soberanos. Y justo en el centro había una piedra azul, un zafiro seguramente, pero era extraño, me hipnotizaba, me transmitía calor. A la entrada había una serie de arcos de mármol blanco, con pequeñas inscripciones en una lengua que me resultaba familiar, pero no lograba recordar porqué. Los arcos nos condujeron a la puerta del palacio. Era una puerta robusta de madera color caoba y con grandes cerrojos bañados en oro blanco. Decidimos entrar en él. 
Nunca me habría imaginado que podría ver y existir una cosa tan bella y maravillosa. El interior estaba decorado con gran exquisitez, las paredes eran de un rosa apagado, que transmitía paz y serenidad, todas las ventanas estaban adornadas de seda rosa que brillaban con el reflejo del sol. Los muebles eran de una madera dura y fuerte, que olía como el bosque, era una aroma tan agradable, según me iba explicando Zero, estaban tallados a mano, por el carpintero Orkney, el cual se aislaba de la población y solo se centraba en el arte y la sabiduría.
Llegamos a una gran sala, estaba medio vacía, apenas había muebles, pero lo que me sorprendió fue ver el retrato de una mujer, cuyos ojos eran del mismo color que los míos y brillaban como los míos esta misma mañana. Qué raro, me recordaba a alguien, me era familiar, no sé por qué pero me transmitía confianza. Zero debió de notar que me quedé parada mirando fijamente el retrato y rápidamente me dijo:
-       No te entretengas con eso, ya tendrás tiempo de ver el palacio- dijo un poco nervioso.
-       ¿Quién es ella?
No me contestó, siguió andando hasta una gran puerta. Los soldados que la resguardaban la abrieron de par en par, no sabía qué habría tras ella, pero me armé de valor y entré en la habitación.



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