Capítulo 2 – Un mundo mágico, Casia
El aterrizaje fue bastante
doloroso. Caí de lado, por lo que amortigüé todo mi peso con mi brazo derecho.
Genial. Esperaba que no trajese consecuencias peores, aunque el enorme moratón
que poco a poco se daba paso en mi piel, tintándola de un color grisáceo (que
por cierto destacaba mucho en mi tez) indicaba lo contrario. Pero todo el dolor
que sufrí por el impacto contra el suelo se disipó (al menos momentáneamente)
al levantar la mirada y comprobar que estaba
en un lugar maravilloso. A diferencia de la ciudad, todo el paisaje estaba
inundado de colores preciosos. A mí alrededor se encontraban numerosas flores
de diferentes tamaños, formas
extravagantes e inimaginables, colores y aromas. Era un olor armonioso, fino,
dulce. Me recordó a cuando mi madre realizaba velas aromáticas, de esas que te
cautivan y convierten cualquier lugar en uno especial, en uno sereno y
tranquilo. Un espacio propio por su olor.
Un poco más a lo lejos había árboles de gran tamaño,
corpulentos, cuyos tallos leñosos a primera vista eran ásperos. No sé ni cómo
ni porqué, me encontré corriendo hacia ellos, presa de la curiosidad que me
embargaba, y acariciando la corteza de estos que, para mi sorpresa, eran suaves
y agradables, como el algodón, pero resistentes y duros cual roca, a la vez. El
sol no podía ser visto debido al gran follaje y altura de los árboles, lo que
provocaba que estos en su propio mecanismo de supervivencia desarrollasen
grandes hojas por las que poder captar cualquier rayo que atravesase la
frondosa flora. Había infinidad de plantas, muchas de ellas desconocidas para
mí, que impedían al sol bañar el suelo, cuya consecuencia había sido este
ambiente húmedo y fresco. No hacía calor, se estaba a gusto. No obstante, pequeños
rayos conseguían superar tales obstáculos y otorgaban la suficiente luz como para
poder contemplar el paisaje. Parecía todo sacado de mis sueños de hadas. Al
norte, muy a lo lejos, se podían vislumbrar, unas enormes setas (o eso
parecían), setas que estaba deseando ver de cerca.
- Bonito
¿eh?
Asentí. Aquello era precioso. Nunca habría imaginado
poder estar en un lugar tan mágico.
- Y…
¿dices que yo soy la princesa de todo esto?
- Así
es, una cría dueña de un mundo tan especial.
¡Oh Dios! Me tenía harta. Nos acabábamos de conocer y ya
se consideraba superior a mí. Por su apariencia no tendría muchos más años que
yo.
- ¿Puedes
hacer el favor de dejar de repetir “una cría”? Me cansas. Yo no te obligué a
meterme en ese estúpido agujero, ni tampoco a ir a por mí. Así que haz el favor
de llevarme a donde tengas que llevarme y ninguno de los dos tendrá que
soportarse más.
Soltó una carcajada. El muy idiota se reía de mí. No lo
aguantaba. Aunque muy en el fondo sentía como si ya hubiese vivido situaciones
así. Me era muy familiar su forma de hablar. Por raro que suene, me sentía
cómoda, como si fuésemos amigos.
- ¡Estás
muy graciosa cuando te enfadas! Pero tienes razón será mejor que vayamos al
palacio.
Durante el trayecto no me dirigió la palabra, ni siquiera
me miraba, tan solo andaba delante de mí y me conducía hacia lo que sería mi
destino. Tampoco contestaba a todas mis incansables preguntas. Lo siento, soy
curiosa por naturaleza. Tenía que hacerlo. Aunque de nada sirvió. Así que
decidí disfrutar del paisaje. Pude ver un enorme lago, cuya agua era cristalina
y dejaba al descubierto a los seres que lo habitaban. No pude reconocer a
ninguna especie, puesto que no se asemejaban a los de la Tierra. Este mundo era
totalmente extraño para mí. Presencié lo que debían ser animales, hermosos, y
seres mágicos que había visto en los libros de fantasía o mitología que tanto
me gustaban leer, como duendes, gnomos y leprechaunts. Todos me miraban de
reojo y cuchicheaban. A Zero parecía que no le gustaban mucho. Pero no sabría
decir si su expresión de recelo era debido a ellos mismos o a los comentarios
que pronunciaban.
Cuando nos íbamos acercando más al pueblo pude apreciar
que aquellas setas que vi al principio no eran setas, sino ¡casas! Eran
preciosas. Los tejados estaban hechos con hierba. En la estructura había
escaleras de hierro de forma ondulada. La puerta era redonda. Y todas estaban
rodeadas por unos magníficos jardines. Por fin llegamos a la entrada del pueblo
y este estaba aislado, solo se percibía el sonido de los animales en el
interior del bosque, y esos seres mágicos. Le pregunté a Zero el porqué de ese
silencio, pero me miró con cara de pocos amigos y me ordenó que lo siguiera. Cada
vez íbamos adentrándonos más en la ciudad, y se iban percibiendo grandes gritos
y jolgorios de una enorme multitud. Llegamos a un gran puente, y me quedé
perpleja, al otro lado había muchas personas, chillando y vitoreando ¡mi
nombre! A lo lejos se distinguía un enorme edificio, un poco más delante las
calles estaban adornadas con hermosas flores y parecía que las gentes se habían
vestido con sus mejores galas. Al parecer lo que Zero dijo era verdad, me esperaban.
Al atravesar el puente, nos encontramos con una pasarela, rodeados por la
multitud eufórica. Zero debió notar mi nerviosismo, pues me agarró de la mano,
como intentando darme fuerzas. En todo el trayecto era la primera vez que lo
notaba cercano.

Nunca me habría imaginado que podría ver y existir una
cosa tan bella y maravillosa. El interior estaba decorado con gran exquisitez,
las paredes eran de un rosa apagado, que transmitía paz y serenidad, todas las
ventanas estaban adornadas de seda rosa que brillaban con el reflejo del sol.
Los muebles eran de una madera dura y fuerte, que olía como el bosque, era una
aroma tan agradable, según me iba explicando Zero, estaban tallados a mano, por
el carpintero Orkney, el cual se aislaba de la población y solo se centraba en
el arte y la sabiduría.

- No
te entretengas con eso, ya tendrás tiempo de ver el palacio- dijo un poco
nervioso.
- ¿Quién
es ella?
No me contestó, siguió andando hasta una gran puerta. Los
soldados que la resguardaban la abrieron de par en par, no sabía qué habría
tras ella, pero me armé de valor y entré en la habitación.
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